A Claudia Korol la revolución nicaragüense la deslumbró siendo una joven militante comunista. Aquel huracán rojinegro la sacudió a tal punto, que decidió conocer de primera mano el proceso y hacia allí fue como parte de una Brigada internacionalista que participó del corte del café. Pero las derivas y los sinsabores posteriores del proyecto sandinista, tendieron a generar en ella un distanciamiento cada vez mayor, al punto de estrechar vínculos con quienes hacían del ejercicio de la (auto)crítica una práctica vital, incluso a contracorriente, ya sea sufriendo persecuciones, la cárcel o el exilio. Comunicadora y educadora popular ligada a las luchas latinoamericanas antipatriarcales, anticapitalistas y anticoloniales, integrante de “Pañuelos en Rebeldía” y de Feministas de Abya Yala, en este diálogo nos comparte su mirada en torno a la delicada coyuntura política por la que transita Nicaragua.
Por Hernán Ouviña/ Otras Miradas
Hernán Ouviña: ¿Qué te liga a nivel personal y también político a Nicaragua? ¿Qué significó en tu militancia más juvenil la revolución sandinista como proceso?
Claudia Korol: La revolución sandinista en 1979 se produjo en plena dictadura en Argentina. Entonces para mí en lo personal fue: “¡pucha, puede haber una revolución, estamos en un buen momento!”. Yo era piba. Me acuerdo incluso porque tuve un accidente y me tuvieron que operar; estaba medio “drogui” con la anestesia y los médicos hablando de lo mal que andaba todo, de pronto levanté la cabeza y dije: “¡pero la revolución en Nicaragua!”, y me miraron como a una loca. Fue esa impresión primero: una revolución potente, de la que además no sabíamos mucho. Yo en ese momento militaba en el Partido Comunista, que tenía una mirada eurocéntrica, “sovietocéntrica” de la experiencia revolucionaria. Centroamérica y Latinoamérica no estaban entre los temas de análisis y de estudio, con una perspectiva de marxismo latinoamericano. El dogmatismo era parte de los procesos educativos. Tanto es así que en un momento de formación de la juventud comunista, poco tiempo después del 19 de julio del 79, se hablaba del tema de la vanguardia y de por qué los comunistas eran la vanguardia de los procesos políticos. Algunos pibes y pibas que éramos jovencitos y por lo tanto irrespetuosos, dijimos: “bueno, pero en Nicaragua no fue así, y es la segunda revolución en Latinoamérica en que no es así. Tampoco en Cuba”. Era algo evidente, pero nos trataron de convencer de por qué sí había sido así, con el argumento de que los comunistas hicieron libros marxistas, que leyeron los sandinistas, en los cuales se inspiraron para la revolución. Cuento esto para problematizar el tema del pensamiento dogmático. Cuando estábamos en medio del debate, llegó una carta del Partido Socialista Nicaragüense, que eran los comunistas de allá, que informaba que reconocían a los sandinistas como vanguardia, con lo cual se cerró el debate, ya que no podían seguir diciendo que ellos eran la vanguardia cuando los mismos socialistas nicaragüenses no se reconocían de ese modo. Pero el debate se clausuró porque lo dijo el Partido Socialista Nicaragüense, no porque la realidad indicaba claramente otra cosa. Esto a mí me hizo pensar mucho, a pesar de que yo no estaba en ese momento en una posición crítica ni mucho menos del marxismo “ortodoxo”, en torno a cómo era un sistema de análisis político de una fuerza que quería ser revolucionaria, y que no podía identificar en una revolución eso que pasaba. Esto me movió el piso.
Doy un salto: durante el retroceso de la dictadura, el repliegue a partir de Malvinas y todo lo que significó más tarde, durante la democracia restringida del año 1984, hay un proceso promovido por una parte de la juventud comunista, de querer acercarnos a Latinoamérica, a partir de una mirada que no fuera eurocéntrica. Eso formó parte de lo que se llamó el “viraje” del Partido Comunista Argentino, que da para otro libro que no voy a hacer ahora [risas]. Como parte del “viraje” fuimos a Nicaragua una Brigada de 120 jóvenes. Fue una experiencia inolvidable, muy emocionante, donde aprendí un montón, y cuestionamos colectivamente aspectos centrales del pensamiento y la práctica comunista de esos años. Esa Brigada para mí fue descubrir Nicaragua, descubrirla desde el punto de vista de una juventud que estaba dispuesta al sacrificio y a la entrega. Al mismo tiempo era una juventud que hacía poesía, que bailaba, que podía estar un día en la primera línea de la lucha contra la contra, y en la noche velar a sus muertos de la jornada, y luego estar celebrando. Para resumirlo: me quedó un amor muy muy grande a Nicaragua y a esa experiencia, también porque demostraba que se podía derrotar a las dictaduras y defender una salida revolucionaria, no en el marco del fortalecimiento del capitalismo y de una democracia restringida. En el ‘87 tuve la posibilidad de volver a Nicaragua, medio de casualidad, porque se hizo un Seminario Internacional a 20 años del crimen del Che Guevara, donde se volvió a discutir lo de la vanguardia. Ahí voy, me manda el partido, porque estaba escribiendo un libro sobre el Che, como parte de la búsqueda de ese “viraje”. Después de muchos años de negar al guevarismo, el PC buscaba acercarse a su pensamiento. Pero cuando llego, pienso y sigo pensando que fue un error que me invitaran, porque yo seguía siendo una militante del PC y no tenía elementos necesarios, ni la práctica indispensable para esos análisis. Me encontré con unos monstruos: Fernando Martínez Heredia, Narciso Isa Conde, Marta Harnecker, los sandinistas, compañeras y compañeros del Frente Farabundo Martí, en particular del PC salvadoreño, organización que trató de actuar e incidir sobre el “viraje” del Partido Comunista, para que se alejara de sus posiciones reformistas y tomara un rumbo revolucionario. Habían pasado 8 años de la Revolución, y ésta todavía era una estrella entre los movimientos revolucionarios. Ese volver me sirvió para retomar contacto ya sí con una mirada más crítica de mi parte, de preguntar más cosas. Me acuerdo que el tema del machismo lo pregunté mucho en ese momento, porque había una frase muy común que afirmaba “el hombre dice tal cosa”, como tarea. Yo lo hablé con las compañeras que hacían educación popular ahí en ese momento, y les preguntaba “¿por qué tanto autoritarismo, tanto machismo en la forma de conducción?”. La compañera decía que esa frase la recordaba de la historia de la lucha contra la dictadura, donde les ordenaban: “el hombre dice que se tiene que poner una bomba en tal cuadra”, y nadie iba a preguntar qué hombre lo dijo. Esto generó una disciplina de la obediencia, que después, tras el triunfo del sandinismo, no se pudo modificar fácilmente. El tema del patriarcado lo hablamos bastante, por ahí no en los términos feministas que lo podríamos calificar ahora, pero sí surgía la inquietud de cuál es el lugar de las mujeres en la revolución y cuáles son los obstáculos. Recuerdo una noche en la que con mujeres sandinistas, guerrilleras guatemaltecas de la URNG y salvadoreñas del FMLN, hablamos hasta la madrugada sobre la posibilidad de tener o no tener hijos o hijas si éramos parte de la lucha revolucionaria. Yo tenía un gran amor a la revolución sandinista y asumía que era un gran hecho en la historia de Latinoamérica. Lo sigo pensando. Por eso es que duele más su deriva.
Más adelante volví a Nicaragua, cuando ya se estaba produciendo el desastre, que no es el desastre de la derrota electoral, sino lo que sucede después de la derrota electoral, esa corrupción de algunos y la desarticulación de las fuerzas. Ahí vi cosas increíbles, que me parecían de realismo mágico, porque ibas a una movilización y estaban a un lado los sandinistas y del otro lado los sandinistas. Me acuerdo que fui a una movilización estudiantil enorme por el 6% del presupuesto para la Universidad y los tipos se tiraban entre sí. Todo el mundo estaba armado ahí. Le pregunté a un compañero en un momento “¿hasta dónde van a llegar con esta reivindicación?”. La respuesta fue “sabes Claudia, vamos a llegar hasta donde sea”. Había situaciones donde, por ejemplo, desde el Estado, desde las fuerzas represivas, en ese caso era el ejército sandinista, tiraban balas, pero de las rodillas para abajo, porque trataban de no matarlos. De las familias amigas, había una parte en la juventud sandinista, y la otra parte en la oposición, se había dividido toda la sociedad de manera muy violenta y brutal. La contra siempre estuvo, pero en un momento se formaron los “recontra”, estaban los compas y recompas. Por reivindicaciones de viviendas y beneficios de la guerra, se juntaron grupos de recompas y recontras, y se formaron los “revueltos”. Esas experiencias eran parte de una búsqueda en torno a qué hacer con esa la juventud que quedó sin lugar en la construcción de una nueva sociedad. Esa vivencia me significó un gran dolor.
Me acuerdo que en una reunión del Foro de Sao Paulo que se hizo en Managua, pude hablar con Tomás Borge y con Henry Ruiz, con varios de los comandantes, y tuve una gran decepción por las respuestas. Tomás Borge hablaba maravillosamente bien y hermoso, pero decía cosas como “vivimos como reyes en un país empobrecido”, “nuestras mujeres visten como reinas en el país donde hay más del 70% por debajo de la línea de pobreza”. Yo sentía que no podía ni seguir escuchándolo. Y a Henry Ruiz, que era el famoso “comandante modesto” en la guerra y uno de los protagonistas de la novela de Omar Cabezas La montaña es algo que una inmensa estepa verde, alguien que caminaba kilómetros para ahorrar hasta el último centavo para la revolución, ante la pregunta de “¿cómo se llegó a esto?”, la respuesta de él en clave autocrítica fue: “la gente cuando llega a un nivel de vida, no quiere perderlo”. Yo dije: “pero hay gente que perdió la vida en esta Revolución”.
A mí lo que se me abrió fue un gran dolor por esa situación. El otro gran dolor es que la izquierda no hizo una reflexión profunda sobre esta deriva. Pudimos hablar más de lo que pasó en la Unión Soviética, acerca de cómo fue enajenado el poder popular de los soviets por parte del Estado y la burocracia estatal del PCUS, pero no cómo fue enajenado el poder popular sandinista en nuestra revolución, en la revolución que nosotros queríamos.
HO: Hay otro hecho que en esta época no tuvo tanta significación y hoy, retrospectivamente, al calor de la lucha de los feminismos y disidencias contra la violencia machista y heteropatriarcal, cobra una envergadura diferente: la denuncia en 1998 de Zoilamérica, la hijastra de Daniel Ortega, que lo acusó de violación y abuso sistemático a quien era en ese entonces diputado y al mismo tiempo su padrastro. ¿Cómo lees esto desde el presente, atendiendo a lo que implicó en aquella coyuntura?
CK: En el caso de Zoilamérica y no sólo ella, sino de los grupos de mujeres que denunciaban abusos, fue sistemática la negación de parte de Daniel Ortega y también de Rosario Murillo, quien tiene una gran responsabilidad porque es la mamá de Zoilamérica y la condenó, fue muy fuerte su papel en eso. Hay colectivos feministas que apoyaron a Zoilamérica en Nicaragua y fuera del país, pero les costó hasta el día de hoy la persecución y la condena, como si fueran enemigas de la Revolución, como si Zoilamérica fuera un cuerpo ocupado, ofrendado para uso y abuso de Ortega. Quienes hicieron la denuncia fueron valientes compañeras revolucionarias, no eran como se dijo de derecha ni de un feminismo conservador. Eran compas que habían estado en la primera línea de la revolución y que siguieron siendo revolucionarias, por eso mismo no se pueden aceptar esas conductas. Yo creo que hay una tremenda deuda, no sólo al interior de Nicaragua, sino en toda Latinoamérica, con las compañeras feministas de Nicaragua, muchas de las cuales hoy están presas. Yo te digo sinceramente, muchas de las que fueron mis amigas hoy están presas. Es inaceptable la prisión de Dora María Téllez, un ícono de la revolución. Aunque yo no coincido con muchos de los posicionamientos de Dora María, en su corrimiento a la socialdemocracia, no se puede negar que es una de las heroínas de la lucha revolucionaria. Es inaceptable que estas compañeras padezcan la prisión en las condiciones de tortura que están viviendo. Hace pocos días leí que a Dora María la han tenido en la cárcel en un Pabellón de varones, es decir, las tratan de humillar por todos los medios. Las atacan a muchas feministas, con el argumento de que se constituyeron como ONG’s. Personalmente no creo en las ONG’s ni en sus rollos políticos como sujetos en la historia, pero era el único modo que tenían para organizarse en un país donde no había otras formas políticas aceptadas. O sea, si hubiera sido, no sé, un grupo del movimiento de mujeres, también lo hubieran combatido, pero les es muy funcional la crítica al “onegeismo”, ya sea en Nicaragua o en otros lugares de América Latina. Como si el partido Frente Sandinista fuera una maravilla, como si la única forma de estar sea bajo esa forma-partido, que es una forma estatal. Si vamos a discutir en términos académicos, no es más que lo estatal por encima de las ONG’s que responden a otros Estados. Entonces es un tema de nacionalismo puro y duro en la argumentación. Si esa ONG apoyara a Ortega y Murillo, no habría ninguna discusión sobre su situación. Es peligroso, porque hace a una lógica del pensamiento de izquierda, que pone el lugar del Estado por sobre cualquier otra forma de organización política. Finalmente, muchos terminaron diciendo: “sí, está mal que Ortega haya abusado de Zoilamérica, pero bueno, así son los nicas”. Eso dicho como una legitimación del rol de algunos líderes revolucionarios que efectivamente así son: machistas, patriarcales, violentos, y no sólo en lo inmediato, sino también en la forma de construcción política. Lo hemos visto a Ortega y a otros dirigentes y comandantes sandinistas: “Sí, quiero que me lleven esa chica a casa”, y elegir… Me parece que parte de la derrota fue esa: no perder una elección, sino perder valores, y perder horizonte.
Otro tema gravísimo fue la falta de reconocimiento de los pueblos originarios, a quienes se pretendió colonizar violentamente, porque no aceptaban subordinarse al Estado sandinista. Se los vio como enemigos “salvajes”, a los que había que “civilizar”, y la “civilización” era el mando del Frente Sandinista sobre las comunidades y pueblos. Por eso el gran foco de enfrentamiento que tuvieron con los miskitos por ejemplo.
Otro dilema que emerge en ese sentido es el del desarrollismo. Cómo en esta lógica de estigmatización, en el menosprecio por los pueblos indígenas o por otras formas de reproducción de la vida en común, subyace algo que es muy caro a la izquierda y que hoy se está redoblando como apuesta progresista: la euforia productivista, el pensar un proceso revolucionario desde esa perspectiva y todo lo que no vaya en esa línea, “atrasa” y es desacreditado. En el caso de Nicaragua fue una búsqueda en favor de un “desarrollo nacional endógeno”, que finalmente replicó las lógicas del capitalismo.
Sí, totalmente. Recuerdo que ya cuando estuve ahí en la Brigada, año 1984, tuvimos algunas discusiones, porque preguntándoles por el modelo económico, pensando en términos de alternativas, si bien todavía no estaban con la euforia desarrollista, consideraban por ejemplo un modelo cooperativo. Les dijimos: “cuidado, que en la Argentina tenemos muchas experiencias de cooperativas, que no son anticapitalistas, más bien pueden ser mecanismos de reforzamiento de un modelo capitalista, suplementario incluso, que les sirve para que lo que no pueden hacer las grandes corporaciones, lo asuman determinados sectores populares con una lógica capitalista fuerte”. Eso era muy cuestionado, además fue un debate entre ellos. Todo lo que fuese crítica, aunque se hacía dentro de la revolución, o para fortalecer el sentido revolucionario, quedaba muchas veces fuera de los debates de la revolución. Tanto esfuerzo, tanta entrega, tanta lucha, para llegar a un capitalismo subordinado, que nunca va a poder competir en el marco mundial con los otros grandes capitalismos que mandan a nivel global. La idea que primó después fue “ya no importa que sea cooperativa o no, mientras impulse el desarrollo”, sin preguntarse qué desarrollo, al servicio de quién y con qué recursos. También el tema de la inserción internacional los condicionó bastante.
Recuerdo que lo discutimos mucho en su momento con Berta Cáceres, por la cuestión de Centroamérica y las instancias centroamericanas de articulación, donde el apuro por una unidad centroamericana subordinada a la lógica de Estados Unidos llevó al gobierno de Ortega a no dar apoyo a las fuerzas populares que luchaban contra el golpe de Estado en Honduras. Rápido, rápido, trataban de cerrar todo, para que se pudiera imponer ese acuerdo centroamericano en distintos planos, en el económico, el político e incluso el militar. A mí me parece que una cosa lleva a la otra: así como no podemos hablar de socialismo en un solo país, tampoco es concebible el capitalismo en un solo país. El capitalismo nicaragüense, está integrado en la lógica del capitalismo mundial. En algún momento se contó con el “colchón” de dinero proveniente de la política exterior de Venezuela, pero cuando eso cayó las políticas de ajuste y las alianzas económicas se fueron cerrando en un sentido claramente neoliberal. En ese sentido, es más garantía que ese rumbo lo lleve Ortega a que lo lleve Alemán, porque Ortega sigue manteniendo un nivel de consenso en franjas populares, por todo lo que significó el sandinismo para el pueblo nicaragüense, ya sea en la lucha contra la dictadura o en algunas conquistas sociales.
Hubo un quiebre en Nicaragua que fue 2018, una rebelión que implicó niveles de movilización y protesta inéditos, como no se veían desde la época de la insurgencia del sandinismo y que fue inmediatamente previo a las revueltas del 2019 en varios países del Pacífico. Si bien no se leyeron en sintonía, e incluso cierta izquierda la interpreta sólo como un intento de desestabilización del régimen de Ortega, sin embargo, hubo una dinámica genuina de hartazgo, que fue respondida con una represión brutal que se cobró cientos de muertos y heridos, con gran cantidad de presos y presas. ¿Qué lectura hace de esas revueltas en sí, con la especificidad de lo que implicaba un gobierno cada vez más autoritario en Nicaragua?
Es bien complejo porque, por un lado, evidentemente las revueltas en Nicaragua expresaron el descontento popular, en particular con una fuerte presencia de los jóvenes. A quienes somos más viejas, y amamos a la revolución sandinista, nos duele que se quemaran banderas sandinistas en medio de la revuelta. Nos duele, pero entiendo que esa bandera terminó siendo para algunos de ellos –especialmente los y las más jóvenes- un símbolo de opresión. Es muy doloroso, lo discutimos mucho con compañeros y compañeras que hemos estado en Nicaragua, que amamos a Nicaragua y al sandinismo. Pero bueno, eso no es responsabilidad de los pibes y pibas jóvenes, que lo vivan como símbolo de opresión. La forma de respuesta ha sido autoritaria, brutal en algunos casos. También es cierto que la falta de un sector de izquierda que liderara con claridad esa revuelta, o al menos que fuera parte con más energía de ella, generó confusión, porque muchos de los sectores que fueron sandinistas y que apoyaron la revuelta, salvo algunas compañeras y compañeros, entraron en el “si tienen que saldar este debate los yanquis, que lo salden”, y eso para mí es inaceptable. O sea, nunca nuestro apoyo a la revuelta significa avalar la intervención norteamericana. Pero el hartazgo, la falta de una formación política más sólida, generó esa idea que fortalece a los sectores que desde la izquierda no convalidan la revuelta. Para mí la revuelta es legítima, pero la direccionalidad política de la revuelta estuvo en disputa, no fue liderada por la izquierda. Eso no significa que tenga que primar la represión. Hubiera sido muy interesante un proceso de formación política y de educación política, que pudiera establecer diálogos con esos sectores hartos de recibir órdenes. Si bien es cierto que muchos eran universitarios, porque esa era otra de las descalificaciones, “son universitarios, son proyanquis”, sabemos que en todo el mundo la lucha estudiantil ha jugado un papel de crítica a los sistemas de poder.
En la propia revolución cubana el papel del estudiantado fue central, y en el caso de Nicaragua la densidad y el peso demográfico de la juventud se destacó en la revolución sandinista y todavía hoy es un país con un porcentaje importante de juventud.
Sí, además esos sectores tienen a veces la posibilidad de no quedar atrapados en las redes clientelares, porque provienen de sectores con mayor posibilidad de sobrevivir sin depender del presupuesto estatal. Hay muchos temas para analizar. Creo que de todas maneras se abrió una esperanza, a pesar de la falta de perspectiva de la izquierda, de que no quedará la revolución atrapada para siempre en la lógica de Ortega y Murillo. Mónica Baltodano suele decir: “no es el sandinismo, es el orteguismo”. Lo que estamos discutiendo es poder separar la idea de que defendemos la revolución sandinista, defendemos al sandinismo como un proyecto político histórico del pueblo, y cuestionamos lo que significó su cooptación por parte de Daniel Ortega y de Rosario Murillo y de varios de los que fueron sus comandantes también, pero al mismo tiempo rescatamos que varios de los que fueron sus líderes están cuestionando eso. Tal vez tuvo que generarse ese sacudón para que algunos compañeros y compañeras puedan interpelar, aún sin ser suficientemente escuchados por las y los jóvenes, porque también perdieron prestigio por haber sido parte de ese mismo proceso.
A diferencia de otros procesos llamados progresistas en la región, que declinaron ya sea por lógicas neogolpistas o bien porque fueron derrotados en las elecciones, en el caso de Nicaragua desde 2007 siempre gobernó Ortega y se mantuvo en el poder, ahora en dupla con Murillo. ¿Qué debilidades y contradicciones percibe, no sólo en torno a la especificidad del orteguismo, sino en general en lo que ha sido y es el progresismo latinoamericano? ¿Por qué es urgente un debate fraterno en las izquierdas acerca de los sentidos y el horizonte de las luchas anticapitalistas, antipatriarcales y anticoloniales, en esta coyuntura de crisis por la que estamos viviendo?
Hace ya varios años que no voy a Nicaragua, por lo que me costaría analizar más en profundidad y en diálogo con las y los protagonistas lo que se vive allí. Por supuesto hablé con las Madres de Abril, con algunas de las organizaciones feministas, con compañeras que siendo críticas al orteguismo siguen siendo sandinistas, pero creo que en general para poder ser críticos hay que también pisar en el territorio. Sí me quiero referir un poco a los debates de las izquierdas latinoamericanas: tenemos que volver a debatir qué entendemos por revolución. Una revolución no puede ser patriarcal, colonial, dictatorial, una revolución que se basa en la represión a los sujetos y sujetas que cuestionan, una revolución que se construye sobre la base de un consenso fuertemente clientelar en muchos casos. ¿Qué revolución es esa? Por supuesto que la forma de revolución del sandinismo en su primer momento fue una maravilla, lo que se pudo hacer en materia de alfabetización, en los planes de salud, la respuesta colectiva a la seguridad mediante la autodefensa, pero en este momento ya no lo es. Yo entiendo a ciertos compañeros y compañeras que defienden el proceso porque se oponen a los yanquis. Esa es la lógica. Ni siquiera te dicen que está bien lo que hacen. “Ya sabemos cómo es”, admiten, pero lo dicen bien bajito. Luego suben la voz para hablar de “la estrategia y la geopolítica mundial”, que hay que defender esta articulación de gobiernos que se oponen al imperialismo norteamericano, y con esa misma lógica terminan defendiendo a Erdoğan, un dictador fascista de Turquía. La dimensión antiimperialista es una dimensión necesaria e imprescindible para las luchas de este momento, no lo cuestiono en ese sentido, pero sí creo que no puede ser que con este argumento defendamos cualquier proceso, porque con esa lógica también se apoyó la ocupación de Malvinas realizada por la dictadura militar fascista en Argentina, porque nos enfrentamos a la OTAN, y todos festejando y celebrando mientras acá estábamos no sólo teniendo desaparecidos, sino también muchos pibes y pibas que murieron en Malvinas y que nunca olvidaremos, como dice la canción del Mundial, pero que sin embargo se lo acalló. Me parece que es un debate que nos debemos. Nos debemos también una discusión acerca del nacionalismo como forma de antiimperialismo y los límites de este tipo de posiciones. El otro debate fuerte es el tema estatal en revoluciones que niegan la dimensión comunal, comunitaria y territorial de las construcciones políticas del pueblo y las buscan subordinar de manera sistemática a los Estados Nación. Nos debemos que ciertas izquierdas rechazan el pensamiento crítico y el diálogo de las diferencias. Tanto hemos hablado del pensamiento crítico y cuando surge para criticar no al capitalismo que conocemos, y el de Nicaragua también lo es, sino al capitalismo de nuestros gobiernos “amigos”, se llamen revolucionarios, de izquierda o progresistas, no es lo mismo un país que pasó por una revolución que uno que pasó. Le tenemos que exigir más a los que vienen de procesos revolucionarios y que además viven en su historia y en su memoria, que por cierto habría que también ponerlo como un debate de la memoria, recuperando a intelectuales como Carlos Fonseca Amador, que aportó un montón al pensamiento revolucionario, al igual que tantos otros. No puede ser que tengamos que borrar eso porque hay cosas que dice que no son lo que estamos ahora “sosteniendo”. El tema del Estado, el tema del patriarcado, el tema del colonialismo, el tema de qué tipo de antiimperialismo y de qué tipo de democracia, incluso si necesitamos llamarla “democracia”, porque es un chiste malo hablar en Nicaragua de democracia hoy. En general la palabra democracia ha terminado siendo utilizada para un fregado de cualquier tipo. Uno de los puntos en que se puede resumir todo esto es el del poder popular: cómo se constituye y cómo se construye, con qué dimensiones y qué rol tiene el protagonismo popular en un proceso de transformación.
Hace pocos días sucedió la liberación y destierro de 222 presos y presas, y la “desnacionalización” de 94 liderazgos opositores al gobierno de Ortega bajo la acusación de “traición a la patria”. ¿Qué lectura haces de este hecho?
La brutal resolución de Daniel Ortega y Rosario Murillo, de desterrar a 222 presos y presas políticas, enviándolos a Estados Unidos en condiciones de total precariedad y agregando a eso su desnacionalización y el despojo de sus bienes personales, y luego la desnacionalización de 94 personas, muchas de las cuales son líderes de derechos humanos, feministas, activistas socioambientales, ex guerrilleras y guerrilleros sandinistas -entre ellas Dora María Téllez, la célebre Comandante 2 de la ocupación del Palacio Nacional, en 1978, gracias a la cual se logró la liberación de Daniel Ortega y otras y otros presos del somocismo, y Mónica Baltodano, comandante guerrillera-, escritoras y escritores apreciadísimos de Nicaragua de la talla de Gioconda Belli y Sergio Ramírez, es una ofensa a la dignidad de la propia Revolución. Sabemos que algunos y algunas de estas personas asumieron un rumbo socialdemócrata. No lo compartimos. Pero si fuera por eso una gran parte de los presidentes latinoamericanos podrían ser desterrados, y perder su nacionalidad, desde Lula a Petro. Personalmente repudio esa decisión, y celebro que el gobierno argentino, el chileno y el mexicano sean los primeros de Latinoamérica que les ofrezcan su ciudadanía. Ojalá esto sea continuado por todos los gobiernos que se nombran democráticos, para que abramos las puertas a una ciudadanía latinoamericana, más allá de las fronteras coloniales estatales, que nos permita circular libremente por el continente, sabiéndonos un solo pueblo.
Este trabajo es parte del especial Sueños Robados. La decadencia de la tiranía en Nicaragua. Trabajo de periodismo colectivo coordinado por la alianza Otras Miradas con la colaboración de: Desinformémonos de México, los medios nicaragüenses Divergentes, Despacho 505, Expediente Público, Agencia Ocote de Guatemala y Público de España.