El asedio, el control y la persecución religiosa en Nicaragua no deja de ser un problema para los católicos -para muchos un problema grave-, pues atenta contra los derechos fundamentales de la persona. Otros lo pueden interpretar como un desafío por la gravedad de la represión o por el interés que la pareja presidencial tiene en liderar las prácticas públicas de la religiosidad popular, manifestada en la tradición católica, y distanciar a los fieles del liderazgo que puedan ejercer obispos, sacerdotes o incluso el mismo papa Francisco.
La pareja presidencial tiene mucho miedo a las manifestaciones populares, ya sean estas de carácter social reivindicativo o políticas de oposición, o simples procesiones de piedad, en las que el pueblo cristiano manifiesta su fe; pues el régimen interpreta que detrás de esas expresiones en la calle hay todo un conjunto de expresiones “antisandinistas”.
Este miedo es el que ha llevado a la pareja Ortega-Murillo a prohibir procesiones y a controlar toda manifestación religiosa, como las homilías y hasta las oraciones de los fieles en la comunicad católica que puedan tener un signo de oposición o crítica a la dictadura.
Más aún, estoy convencido, que la señora vicepresidenta busca liderar ella misma las manifestaciones públicas de la religión y convertirse en una especie de “papisa” al estilo de la religión anglicana en la tradición inglesa. O bien, crear una iglesia nacional con autoridades propias, que converjan con el poder político del país, estilo propio de los patriarcas de las Iglesias ortodoxas de oriente, donde cada líder religioso se manifiesta en “comunión” con los regímenes de turno por los que atraviesa el país. O crear una iglesia patriótica al estilo de la China comunista, distante y separada de Roma. El objetivo es liberarse del liderazgo ejercido por el Papa como pastor de la Iglesia universal, así distanciarse de la larga y experimentada diplomacia de la Santa Sede.
La comunidad católica no debe asustarse, ni tener miedo ante esta propuesta implementada por el régimen desde una cosmovisión más cercana a una visión esotérica de la religión, que a un planteamiento del pensamiento moderno, racional que, a mi modo de ver, debe regir los destinos de los pueblo, sin dejar a un lado las cosmovisiones de las culturas indígenas y sus valores. Ciertamente hay que conocer y reflexionar ampliamente sobre las intenciones que tiene esta propuesta, para manipular la conciencia religiosa de los nicaragüenses y sus prácticas del catolicismo popular, propias de un sincretismo religioso.
Es necesario conocer esas orientaciones, y así programar una propuesta pastoral adecuada a la situación que los católicos estamos viviendo. No nos enfrentamos a nada nuevo. La iglesia mexicana atravesó situaciones parecidas a las nuestras; hasta hoy, sigue bajo un conjunto de normas que rigen las manifestaciones religiosas en la sociedad. No hay procesiones en México. Pero México no ha perdido su identidad católica. Los sacerdotes y las monjas no pueden salir a la calle con el hábito talar, pero más bien su fe se ha fortalecido con la práctica comunitaria en los templos. Hasta hace pocos años, los misioneros extranjeros no podíamos entrar al país con esa identidad; cientos de curas españoles evangelizaron en ese país con falsa identidad.
No me gusta citar, por su sabor fundamentalista, el texto bíblico al que acuden tantos sacerdotes y agentes de pastoral: “Los poderes del infierno no podrán contra ella”. Pero estoy convencido que esta situación por la que estamos pasando los nicaragüenses va a fortalecer la fe católica; sobre todo nos va ayudar a crear nuevas orientaciones pastorales liberadoras de esas viejas tradiciones, que no son más que manifestaciones de la fe en determinados momentos culturales por los que ha pasado la evangelización en Nicaragua. Prácticas que ya no tienen mayor vigencia para la juventud, que es el futuro del pueblo y de la Iglesia.
Las expresiones culturales de un momento histórico del pasado, las tradiciones religiosas se pueden convertir en manifestaciones folclóricas, más propias para la animación de un turismo cultural que para proclamar la fe de un cristianismo sincero. Liberarnos de esas tradiciones nos puede ayudar a vivir una fe más cercana al evangelio de Jesús.
No hay que tener miedo, hay que ser valientes y estar decididos a enfrentar los momentos actuales buscando nuevas oportunidades. La fe se fortalece superando los conflictos. Esto lo encontramos en la historia de la salvación, que nos trasmite la Biblia tanto en el Viejo Testamento como en el Nuevo. En cada escrito encontramos una nueva reflexión que el autor hace para responder adecuadamente a los nuevos problemas que va atravesando la comunidad creyente. Cada libro revelado nos ofrece un paso más de la fe del pueblo y para hacer brillar el plan amoroso de Dios.