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Saber nombrar lo que nos ha cambiado la vida


Marcha del Día de las Madres, 30 de mayo de 2018 en Managua. Foto: Oscar Acuña

“El primer paso para empezar a sanar es reconocer que lo que has vivido es violencia”, me dijo la psicóloga de un centro de ayuda a víctimas de tortura y violencia política. Llegué sin saber muy bien por qué, pero sentía que algo no estaba bien en mí, después de haberme exiliado obligada porque el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo me negaron el ingreso a mi país. Aunque tenía resueltas mis necesidades básicas de vivienda, comida y trabajo, no podía despegarme del cuerpo y de la mente sensaciones de angustia, de tristeza y enojo.

Cuando salí de Nicaragua, en mayo de 2022, por un viaje de trabajo, lo hice con una mochila que me permitiría moverme con tranquilidad durante el mes que me tocaría trasladarme a varios países de América Latina. Lo hice sin imaginar que ese sería el viaje que me llevaría al exilio. Pasado un mes de mi salida, cuando me dirigía a abordar el vuelo de regreso a Nicaragua desde un país centroamericano, recibí la noticia por una trabajadora de Avianca: “El gobierno de Nicaragua no autorizó su ingreso al país”. Por más que pregunté cuáles eran las razones y qué podía hacer, la respuesta que obtuve de las personas de la aerolínea fue siempre la misma: “Nosotros no podemos hacer nada, es una decisión de su gobierno.”

Lo que vino después fue un cúmulo de emociones y de impulsos. ‘Me voy por tierra, entro por puntos ciegos, voy a esperar unos días…’. Fueron los primeros pensamientos que tuve. Con el paso de los días y tras hablar con muchas personas que conocían bien la situación del país y lo que significaba aquella negación de ingreso, me terminé de convencer que volver a Nicaragua ya no era una opción.

Y ahí, en un aeropuerto de un país que no era el mío, con una mochila a cuestas y sin haberme despedido de nadie, inició mi exilio. Después de negociar con la aerolínea un cambio en mi vuelo, logré trasladarme a Costa Rica y, finalmente, a un país de Europa, donde tengo familia y resuelvo mis necesidades básicas, pero con la mochila del dolor y el destierro a cuestas.

Y ese peso que no se bajaba de mis espaldas, el peso de la tristeza, del no poder decir adiós a mis seres queridos, de no poder volver a mi casa y de verme forzada a iniciar la vida en otro país, sin haberlo elegido, fue lo que me llevó a buscar ayuda, a buscar a alguien con quien hablar y nombrar lo que estaba viviendo.

Como a mí, a muchas mujeres y hombres nicaragüenses nos han impedido entrar a nuestro país después de salir por un viaje de trabajo, turismo o visita familiar. Esta modalidad de represión del régimen inició en 2021, con la retirada del pasaporte y la prohibición de salir del país a personas que consideraban opositoras, entre ellos, muchos periodistas, activistas o quienes habían trabajado en cooperación o en el mismo Estado.

Después de varias sesiones terapéuticas, de hablar con otras exiliadas, de verme con un poco de compasión a mí misma y de nombrar lo que estaba viviendo, he reconocido que lo que me ha ocurrido a mí y a tantas otras y otros, es violencia política. Esa violencia que ejercen quienes ostentan el poder político contra quienes consideran merecedores de castigo por no pensar como ellos, por atreverse a disentir y a actuar en consecuencia.

El régimen Ortega-Murillo ha actuado desde esa convicción de castigo hacia los disidentes desde 2018, cuando disparaban contra manifestantes, pero también cuando han apresado, torturado, aislado y desterrado a los presos políticos. Han ejercido esa violencia también hacia las personas que han desnacionalizado.

Esa violencia política nos ha cambiado la vida a miles de personas y familias. El acto violento no es solo el hecho de no permitir a una persona volver a su casa, sino todo lo que viene después: la separación de la familia, la búsqueda de un lugar nuevo para vivir, la adaptación a un nuevo entorno y la búsqueda constante de la paz en tu propio interior, sabiendo que estás siempre en una situación de expectativa ante un posible giro de la historia que te permita algún día volver al lugar del que nadie debió sacarte o prohibirte volver.

*Ana J. Rodríguez es el pseudónimo usado por una periodista y colaboradora habitual de Otras Miradas. 

Otras Miradas da fe de la veracidad de los testimonios y opiniones de las personas que participan en este espacio de opinión omitiendo sus nombres por razones de seguridad. Abrimos esta plataforma para que puedan expresarse de forma anónima dado el complejo contexto de inseguridad en Centroamérica. 

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